11 de diciembre de 2013

En tres estados


Y sentarnos juntas para hablar de nosotras. Y de cuántas cosas han cambiado. Abrazadas, cogidas de la mano. Mira cuánto hay por compartir, cuántas sonrisas, abrazos, palabras y miradas hacen falta, cuántas se echaron de menos, cuántas han de llegar. ¡Toda una vida! ¡Te lo estás perdiendo!
Fíjate, se está haciendo un hombre, nuestro chico grande. Y mírala, qué bonita, dulce y cariñosa es. Un chico listo y luchador, qué orgullosa me siento. El mejor compañero de viaje, qué suerte tener su mano. Y, de nuevo, la vida. ¿Estarás conmigo? Puedo verte llorar de emoción. Qué gran momento se acerca, ¿verdad?

Y poder hacerlo mil veces más. Mil millones de veces más.

Pero me siento a contemplar la quietud del agua, profunda, mansa, y a pasar de puntillas sobre sus solitarias aguas compartiendo la inmensidad, su soledad, la nuestra. Volátil y alterable, dura como el hielo, esquiva como el líquido, en expansión, sin recipiente, como el gas. Tonta, que sigues sin entender nada.

Y volver al suspiro que te siente y te cuenta la doble vida que me inunda, a tí, inundada mía. Que me atrapas en tus aguas y me dejo morir... y respiro... para volver a morir tarde o temprano. Y volver a respirar. Y a morir eternamente, mientras vivo.

¿Dónde está el banco, que no lo encuentro? ¿Quien lo ha quitado? ¿Estuvo alguna vez aquí? ¿Dónde está el banco del suspiro? Me da miedo, no veo nada y está oscuro. Dame la mano, por favor, que necesito andar un trocito contigo. Acompáñame hasta el banco, luz tenue, fuente de vida, pero antes regálame el suspiro.

Y me mezo, en tu estado gaseoso... y voy de aquí a allá, de allá a aquí. Y regreso a mi recipiente cristalino,  el que me da contención. A veces se rompe, me enturbio, me derramo... pero vuelvo hasta el recipiente que me contiene, que me deja verterme en la quietud de tus aguas. Otras veces frío hielo, que irremediablemente acaba por fundirse para volver al estado que necesita de nuevo contención, y derramarme en ti para volver a evaporarme, danzando entre tus gotas, entre la brisa y las hojas, hacia un destino desconocido que me trae de vuelta aquí. Volátil y alterable. Siempre.

Te busco gaseosa para mezclarme contigo. Cristalina para unirme a tu calma, que me rodees, que sientas. Vuelo junto a las mariposas que revolotean en mí, pero volamos solas. Y vuelvo a sentarme, y observo la quietud del agua, profunda, mansa y contemplo su inmensidad, su soledad, la mía. Busco encontrar tus ojos,  tu regazo, tu abrazo, tu presencia. Pero la mirada se pierde en el infinito de una respuesta que no llega, se pierde en la necesidad del fruto que no nace, en la tristeza de la carta no leída, en las lágrimas, cristalinas, que se secan.

Vuelve el eco vacío que no tiene presencia, que no guía ni acompaña, que no llora de alegría ni de pena. El eco vacío del abismo que los años dejan. Repitiéndose, una y otra vez,  la misma respuesta vacía de esperanza.

Y me voy. Me levanto del banco que cada vez es más pequeño, mas lejano, más oscuro, más vacío. Y miro atrás para volver a observar la quietud de tus aguas, deseando fundirme contigo.



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