4 de junio de 2016

Una eternidad no es nada.



El primer año pasó increíblemente rápido y duro desde que se me cayó la armadura. Fue una caída al vacío, a oscuras, sin previo aviso. 12 meses no eran suficientes para pasar un duelo, para aceptar una realidad que no podía digerirse. La mente busca respuestas, se enfada, no comprende, se siente traicionada y abandonada, avanzando paso a paso en su propio proceso para sanar.
El segundo año fue una prolongación del primero, donde poco a poco aceptabas y donde también poco a poco la aplastante realidad te abofeteaba una y otra vez para integrar algo en tu vida que en realidad no querías integrar. Coger el teléfono para llamarla, aun tener la necesidad de «necesito saber tu opinión», ver cómo crecía tu hijo y ni podías compartir ni contar con su experiencia... nunca. Sin raíces a las que agarrarte.
Sentirte profundamente sola rodeada de ruido.

A partir de los dos años comencé a sacar la cabeza del agujero en el que me había metido y poco a poco la vida volvió a girar, con una pieza rota pero intentando integrarse, dejando de ofrecer resistencia.
Un perfume, un olor, una película, una canción, una fecha, una palabra, una persona, una voz, una imagen... Cada dia del mundo hay algo que hace que la recuerde, pero la vida es demasiado hermosa y compleja como para dejar de vivirla por una persona, aunque fuese de las más importantes de tu vida y su ausencia te siga doliendo probablemente hasta que algún dia, si es posible, te puedas volver a reunir con ella.

Hoy hace ya 13 años. Es una eternidad. Tengo un hijo camino de los 15, a «su nietecilla» de nueve que nunca conoció y a nuestro bollito de casi dos añitos que seguramente nunca imaginó siquiera.
Este año habría cumplido 60 años, pero me falta desde que tenía 47. Sólo me quedan 10 hasta llegar a esa edad y el mayor miedo de mi vida es faltarle a mis niños como ella me faltó a mí.

No hay ni rastro de ella, ya. Ella no forma parte de mi vida, de mi dia a dia, de ninguna forma... piensas a veces cómo serían las cosas, pero te has acostumbado a que tu vida gire sin ese engranaje. Tu vida es tan diferente ahora de hace 13 años que ni siquiera sabes como sería con ella, sólo puedes imaginar... y eso es mejor no hacerlo.
A veces me cuesta recordar bien su cara, ya no recuerdo su voz, aunque la reconocería sin duda si la escuchase entre un millón de personas. Ya no sueño con que me abraza, ya nunca me sobresalto porque me ha parecido verla.
Algunas frases y momentos son los que antes te vienen a la mente cuando bajas la guardia. Sólo entonces, cuando te paras a pensar, el vacío es capaz de ocupar todo su lugar hasta casi asfixiarte, aun después de 13 años.
Mas cerca de los 40 que de los 30 y aun tengo sueños por cumplir, aun necesito a mi madre, aun quiero compartir cosas con ella y aun me siento una niña desprotegida cuando pienso en que no la tengo ni la tendré jamás. No siempre ha sido fácil caminar, pero mi madre me hizo fuerte, y aunque no siempre quieres serlo, ni quieres esa etiqueta, ni quieres que el mundo te vea así, al final ser fuerte es tu única opción. Y das gracias por ese legado.

Antes escuchaba a la gente cuando hablaba o se emocionaba por sus fallecidos después de tantos años y pensaba que aquello ya debía estar superado, no entendía bien aquel sufrimiento que veía. Sólo cuando te pasa comprendes que tu vida paró en aquel instante con su muerte, y que el resto siguió rodando pasado el duelo, pero esa parte de ti se quedó allí atada con ella. Con ella, hasta donde la conociste, porque ya no evolucionó ni avanzó mas, y tu quedaste anclada de la misma forma, porque la experiencia no llega más allá. Creciste, pero sin ella. Seguiste rodando, pero sin ella.
Por eso, cuando dejas que el recuerdo te invada, no eres tu-ahora, sino aquella parte de tí rota y coja, que se quedó rota y coja para siempre, con sólo 24 años, la que recuerda y llora a su madre. Porque ahora, con 37, sabes cuántas veces la vas a necesitar pero sólo encontrarás un muro alto, duro y frío de cemento en su lugar. Porque ahora sabes que nadie, nadie en el mundo, puede ni quiere ocupar ese lugar.  Porque sabes cuánta razón tenías al sentirte tan vacía. Porque la biblioteca de tu vida se quemó y sólo quedaron restos donde debía haber tomos enteros a los que recurrir cuando hiciese falta. Porque te falta tu punto cardinal, y que hayas aprendido a caminar sin él no quiere decir que no lo necesites. Porque aunque todo el mundo se pierde alguna vez, una parte de tí se encuentra perdida siempre. Porque ahora sabes que no hay nada tras de tí, así que aprendiste a tejer raíces para que no se te lleven las tormentas.
Y ahora tejes para tus niños la manta de vida necesaria que los arrope y de calor, amor incondicional, seguridad, protección, consuelo, apoyo. Una manta suave, mullida y fuerte, capaz de arropar una vida que esperas que un día también sea capaz de arroparte a tí junto a ellos, cuando ellos sean tú y tú puedas ser madre de aquella niña que perdió a la suya, haciendo que aquella parte de tí también avance y deje de estar estancada.

Así que tras un alto en el camino, necesario a veces, huyes de aquella niña desconsolada y saltas hacia la mujer que aprendió a vivir con ello, porque bien sabes que una eternidad no es suficiente para olvidar cuánto duele perder a una madre y también que recrearse en ese dolor tan amargo y oscuro le quita la luz a la vida.

 Siempre conmigo, mama, aunque siempre sin tí.♥



Puedes desactivar el sonido del blog al final de la columna de la derecha.

Licencia de Creative Commons
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.